La violencia escolar es un fenómeno concierne a docentes, padres y madres de familia y la sociedad en general, ya que éste no solo afecta en los resultados académicos, sino que tiene repercusiones en el desarrollo personal y social de los estudiantes. Si bien, prevalece una preocupación por el incremento de violencia explicita en el escenario educativo, también resulta importante atender otras acciones violentas de tipo simbólico que, al ser normalizadas, pasan desapercibidas y que son precisamente la base y la justificación de otras formas de violencia (física, verbal, psicológica, económica, etc.). Aun cuando la escuela es un espacio de socialización, cuya función debe encaminarse a la cohesión social, la inclusión y la equidad, se observa que en este proceso de socialización se imponen significaciones, se interiorizan discursos y se crean hábitos, todos ellos sujetos a los intereses de una cultura dominante que excluye y reproduce la desigualdad social. Lo anterior se legitima y se refleja en los métodos de enseñanza, en la selección de contenidos, en el lenguaje que se emplea, en la mirada, los gestos, etc. En este escenario, los estudiantes reproducen estas estructuras y así contribuyen a una reproducción de relaciones fuerza que trasciende los muros de la escuela.