El siguiente informe se presenta como el intento de concientizar al sociólogo y al humanista de la historia discursiva que implica su práctica y labor. Sea epistemólogo, historiador o científico social, es menester tomar en consideración que la parcelación del saber moderno acaecida con más intensidad a mediados del siglo XIX trajo consigo una división del trabajo intelectual muchas veces velada por la cosificación del signo y la palabra en discursos por demás hermanos. Aquel observador de lo social que no tome en cuenta la historia para señalar las problematizaciones de su objeto de estudio y posibles soluciones políticas y teóricas, sólo podrá vislumbrar la sombra de las laderas y nunca la montaña entera. Lo mismo sucede con el científico social y epistemólogo que intentan llevar a cabo una labor metodológica en la soledad de su campo: se ignora de manera ingenua el devenir de su estudio, al tiempo en que se obvia el entendimiento de aquella fracción teórica con la cual trabajan. Es necesario aclarar que las teorías de observación científica y metodológica se tratan de acontecimientos a la vez históricos y discursivos, lo que implica, entre otras cosas, un inicio nunca claro y una historia siempre llena de imbricaciones y yuxtaposiciones; es necesario realizar un oteo. Al tratarse de discursos (y por tanto de sentido y lenguaje), todas estas teorías son interpretativas (las mismas ciencias naturales no se salvan de este destino) por tanto, es necesario señalar que está por demás advertir la historicidad de toda práctica, incluyendo la referida al tratamiento de lo social. Ningún intento teorético nació de la nada. La historia de la filosofía, sociología y lingüística es la historia de la eterna conversación y nunca la cosificación doctrinal (la cual, paradójicamente, nace de la comunicación misma entre discursos, del intercambio histórico y cultural).