Desde la aparición de las comunidades primitivas cristianas, hubo quienes en búsqueda de la perfección optaron por vivir bajo un estado de continencia sexual, de alimento y de completo desapego a bienes materiales. Desde finales del siglo III consideraron como medida de apoyo a tal aspiración, apartarse del mundo para vivir en soledad o en pequeñas comunidades, obligados solo por la voluntad de permanecer en tal estado. Esta forma de vida se institucionalizó en el Oriente, principalmente Egipto, bajo formas distintas. Con San Antonio Abad (¿?-356) apareció la vida eremítica, apartarse físicamente de los lugares poblados para vivir en soledad. Posteriormente, con San Pacomio (290-346) se perfiló la vida monástica, también llamada cenobitismo, a través de la primera regla formal que establecía el trabajo y la oración como medios de subsistencia de los miembros de la comunidad. En sus inicios este modo de vida fue adoptado por varones, pero fue el mismo San Pacomio quien fundó en el año 340 el primer monasterio para mujeres. En Occidente fue hasta el siglo IV que la vida monástica se adoptó sistemáticamente; figuras como San Atanasio (¿?-373), San Jerónimo (c.345-419) y San Agustín (354-430) contribuyeron a su consolidación. Durante la Edad Media aparecieron en Europa nuevas órdenes y reglas inspiradas en las formas de vida descritas pero con algunas novedades. En el siglo XII surgieron las órdenes mendicantes cuya vocación misionera les obligó a abandonar el recogimiento y soledad del monasterio para establecer conventos en los pueblos a fin de evangelizarlos. De dichas formas de vida se distinguen también sus edificaciones, designándose monasterio (del griego monos, uno) al conjunto de habitaciones de los monjes de órdenes antiguas, y generalmente apartados de los poblados. Convento (del latín conventus, reunión) se refiere al conjunto de habitaciones de órdenes religiosas surgidas del siglo XIII en adelante. Por tener como propósito evangelizar a los pueblos se implantaban en los poblados o en sus periferias.2 Al establecerse las comunidades femeninas, atendiendo a las anteriores definiciones, su morada debiera ser un convento para ubicarse, según mandaba el Tridentino, en las ciudades, sin embargo, con el paso del tiempo ambos términos se emplearon indistintamente.