Descripción:
Las zonas semiáridas mantienen una alta heterogeneidad ambiental generada por la variación en la orografía, latitud, altitud, geología y edafológica; así como por los gradientes de distribución espacio-temporal de la precipitación y la temperatura (Maestre et al., 2003; Pausas & Austin, 2001; Santibáñez-Andrade et al., 2009; Stewart et al., 2000). Esto ha dado como resultado ecosistemas complejos con alta diversidad de especies (Pausas & Austin, 2001; Santibáñez-Andrade et al., 2009). Las especies tienen adaptaciones para las características de sitios con condiciones ambientales particulares (Tongway et al., 2004).
La mayor parte del territorio mexicano es árido o semiárido (1.7 millones de km2) (Arriaga, 2009), y en gran parte está degradado por actividades humanas como la agricultura, la ganadería, el pastoreo y la sobreexplotación de especies (Arriaga, 2009; Márquez-Huitzil & Chiappy, 2002; PNUMA, 2002). La degradación modifica la estructura y el funcionamiento original del ecosistema dando como resultado severas perturbaciones que merman su capacidad de autoregenerarse. Las perturbaciones reducen considerablemente la captación de recursos; afecta la productividad biológica, disminuye la diversidad biológica y la pérdida de servicios ambientales (Astier et al., 2002; Maestre et al., 2003; Maestre-Gil, 2003; Morales, 2005; PNUMA, 2002). Se estima que alrededor de 50,000 hectáreas de vegetación en zonas semiáridas, son perturbadas al año (Challenger, 1998).