Descripción:
En septiembre del año 2015, en una playa de Turquía aparecería el cuerpo inerte de un niño de
origen sirio, la imagen daría vuelta al mundo y pondría en discusión, tanto para los medios de
comunicación como para el escenario político, la “crisis” migratoria que tenía lugar en las costas
del Mediterráneo y el mar Egeo; 4 años después, a las orillas del Río Bravo, en la frontera entre
México y Estados Unidos, se viviría un hecho con pasmosa similitud: entre la arena y la maleza,
un padre y su hija yacían inmóviles; al igual que con el retrato del niño sirio las exigencias y los
reclamos desbordaron el escenario migratorio. La respuesta de los encargados de velar por la
seguridad de los migrantes, en ambos casos, fue el amparo ante mecanismo de “humanización”
del control migratorio, es decir, ante la implementación de programas y políticas humanitarias para
la administración de la migración. En ambos casos, los discursos y los hechos distan en demasía.
La “crisis”1, como adjetivo, sería el signo con el que se definiría el revestimiento de actualidad de
la migración, esta vuelta al escenario de los procesos migratorios se expondría bajo la seña de la
irrupción y la urgencia. Ante lo común y normado de nuestras esferas de cotidianidad, la
migración, sería aquel agente “ahistórico” y “espontáneo” que vendría a romper con nuestras
formas consolidadas de relacionarnos: “ajenos y peligrosos” los migrantes acercaron una realidad conflictiva y sumamente cruda a nuestros sentidos.